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La superiora

 

Apenas ingresaba a mi primer año de claustro en el convento. Mi padre siempre quiso que yo fuese monja y estuve en colegio de monjas toda mi vida. Lo que mi padre no sabía era porqué me gustaba tanto, el pensaba que era por mi vocación, pero era más bien por mi pasión por las mujeres, que en esos trajes de monja, me producían un morbo y un éxtasis indescriptible, intenso.

Ya en el colegio había una monja que me gustaba, era joven, bella, algo inocente, y la imaginaba mostrándome sus pechos pidiéndome con la mirada que la besara y le hiciera el amor.

En el convento, me empezó a gustar una madre superiora que, a pesar de ser unos años mayor que yo, era bastante guapa, y muy sexy. tenía cara de querer abusar de las monjitas nuevas como yo.

 

Yo le lanzaba una que otra mirada de deseo mientras mordía mis labios para mostrarle mis ganas de estar con ella. Ella parecía sorprendida, pero no le molestaba, nunca me lo reclamó.

 

Un día me citó a su cuarto para que la ayudara con algo, pero era mentira. Tan pronto llegué, cerró la puerta y me beso en los labios, a lo que yo respondí gustosa. 

 

Me dijo, siéntate en la cama y súbete el hábito. Yo no acostumbraba usar ropa interior, solo las pantimedias blancas que terminaban siempre manchadas entre las piernas.

 

Me subí el hábito, abrí mis piernas y la superiora no pudo resistir meter sus manos y tocar mi coño que ya hervía de deseo y ganas de ser manoseado.  Luego que me acarició la vulva, me terminó de quitar las ropas y al siguiente instante estaba yo desnuda, abierta de piernas sobre la cama, mientras sus dedos esculcaban dentro de mi vulva mojada, penetrada por las manos de la superiora que abría su boca extasiada, morbosa, muy puta.

Luego me pidió que me volteara y levantara mis nalgas hacia ella, quería verme por detrás, separar mis nalgas y abrirme el culo y el coño, mirarlos, lamérmelos y penetrármelos hasta hacerme acabar.

Amo ser monja, jamás dejaré el claustro.

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